miércoles, 20 de junio de 2007

III – Anestesia de éxito

Las circunvoluciones representan sus ideas, las circunvoluciones son él, y la mosca nos chupa la ingenuidad de la tarde cuando rezamos por el tiempo perdido. El templo del fuego cambió en el instante que concluyó la obra. El extranjero usó su sombrero pero vio el cielo. La estructura se yuxtaponía al deseo del féretro inoportuno y las voces cambiaron sus nombres. Dedujimos que en la lotería saldríamos ganando, pero el penoso sueño voló como mariposa, mientras quemábamos esta porfía. El tipo cruzaba la calle, miraba la casa rosa, volaba mientras reía en los cuchillos y los gauchos. El segundo es muy corto pero la monogamia no lo secuestró. El pobre tipo, que se imaginó a puño de facón, no esperaba este sentimiento de tecno-anestesia que nos enseñan cada día, a toda hora, mientras se perdía con el minotauro. El Duce invadió tus sueños, aunque su literatura quedó intacta. Cambiaron las políticas de su mente y nombró, junto a otro, la locura en los ancestros. Ella nos educó para confiar en instituciones, adornando el submundo con lisérgicas bambalinas. Las remeras agitan los gritos y las pintorescas gruesas voces – mirémonos – releen los utópicos vientos que degustan la muerte. Circa 1800. no vivimos para esas cosas, creyendo lo que vemos, ignorando lo que las puertas de la percepción nos esconden, por eso fagocitamos lo que aprendimos del oráculo: “Abramos las puertas. Miremos el incesto de la peste antigua. Ya no hay algo que demuestre la gravedad de las siniestras palabras. Tomemos esos cubículos y fabriquemos la lucha que la destruye”.

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