viernes, 9 de noviembre de 2007

VI – Los Fastidios de Abdul (...)

- Odio cuando la consigna falta el respeto a la mirada gacha.
- Molesta el porcentaje. Pero las noches durmieron junto a mí. ¿Sabés lo del teatro?
- Sé del teatro vodevilesco. Amo sus porfías y el humo de la fricción.
- Son vagos recuerdos (porende el cigarro mientras piensa lo que va a decir)
- Y los modernos recuerdos, ¿que nos traen?
- ¡Ja! Es la única forma, el único modelo. En mi mente se cruzan los enigmas de las panzas hambrientas bajo los espectros. ¡Qué mundo moderno!
- La modernidad nos consumió a todos. Nos transformó en fantasmas flanêurs que se cansan de los ecos de las risas idiotas.
- Ya no hay risas. Además, ahora, ser un flanêur es simplemente la costumbre que prevalece de los sueños, esos sueños tecnológicos, esas privaciones eruditas, rojas y verdes cristales, la transparencia es sinónimo.
- ¡Ojo! No hablaba de tu caso (dicho con cara de espejo). No nos reímos de las costumbres sin nada a cambio, porque un flanêur no es un tipo soso. Nunca creímos todo coloso capricho.
- Entiendo, pero esa frase me ha hecho feliz. Me da hambre. Esos cuerpos oro son inusuales, la calle ya no está hecha para esto. Lo superficial permite aclarar la tésis. Esos tipos prevalecen, se hacen ver, pero ya no tan presentes, ahora invisibles, entonces, inmaduros. Son parte del neo-flanêur.
- Esa nueva generación de flanêurs no representa a la idea original. Cuando queres revivir una cultura, que obviamente estuvo muerta, la inocencia original de la mísma es fagocitada por los gusanos carroñeros que se esconden en los nichos de nuestros sueños. Por eso, esta cultura solo vive en sus fantasmas.
- Es lógico. Pensar en el flanêur como la necesidad de la ceguera, pero hay trilogías que lo representan y quizá se agotó la madurez que la revela. Sus fantasmas ven los suspiros tal como son, se cumple lo predecido por el maestro y no encuentran horarios, ni días, ni meses para vivir. El Romanticismo lo refleja y las dos letras que se persiguen (ahora cuatro) se dejan ser, siempre al azar, flaêurs, esos viejos flanêurs. El diseño del antiguo flanêur fue simplemento un juego que terminó perjudicando a la realidad de estos tiempos
- Pero si lo vemos por el lado del simbolismo no significaría lo-ya-acordado. La voz idiota simboliza el viaje al infierno, pero ¿qué puede simbolizar el fantasma-flanêur en el laberinto-ciudad?. Sabemos lo que recordamos. No sirve deshacer la cara del esclavo. Y si creemos en lo olvidado, la leyenda del futuro ya no valdrá la pena.
- En la Era del Flanêur las leyendas eran caminatas, simples vacíos oscuros. La belleza en la humedad se humedece, por lo tanto, lo siguiente es abstracto. Cuando se evade a la vida, es la sentencia del laberinto que nos magnifica.
- No olvides que el flanêur es minimalista. La magnificación lleva a la desaparición. Esas almas perdidas en el tiempo son culpables del imperialismo celestial que nos condena a las largas temporadas en el infierno. Por las que todos pasamos, y que Lewis Carrol añoró desde su más remota Alice.
- Son amigos perdidos en su selva. Esas temporadas casualmente llevan una “m” que se sitúa en el medio de la palabra. La metáfora nos premite descubrir a la vida como una palabra, y él se sitúa claramente en el medio de mi vida.

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